El fenómeno paralingüístico ha sido relegado a un plano secundario, porque se considera muy difícil separarlo del lenguaje y estudiarlo de forma sistemática y analítica. El gran debate lingüístico actualmente sigue siendo: ¿cuáles son los límites del lenguaje y del paralenguaje? Y sigue siendo muy difícil contestar a esta pregunta, ya que la comunicación necesita de ambos elementos para llevarse a cabo. Ambos se complementan y ambos son necesarios para la efectiva comprensión de un mensaje. Por lo tanto, no es posible la transmisión de las palabras «en estado puro»: requieren de una vinculación en soporte físico, sea fonético (sonidos) o grafémico (escrito). Es decir, no se puede pensar en modos de comunicación verbal sin elementos paralingüísticos, tanto en la transmisión verbal escrita como en la oral y audiovisual.
El problema estriba en que los gestos y otros componentes paralingüísticos también pueden tener un valor semiótico no lingüístico. Un ejemplo puede ser el volumen de voz. Para poder hablar se necesita alcanzar un mínimo de volumen: a partir de ese mínimo se pueden acompañar diferentes palabras de diferentes volúmenes para modular su sentido, pero también se puede chillar como un animal (tanto si se tiene capacidad de habla como si no, siempre que se tenga voz) sin decir nada, al menos desde el punto de vista lingüístico y verbal, por ejemplo, modular el volumen y el tono en función del sentido que se quiera transmitir.
Sólo haremos un buen análisis lingüístico si tenemos en cuenta todos los factores que conforman el lenguaje en un determinado momento (habla), o a lo largo del tiempo (escritura).
En definitiva, la paralingüística describe los rasgos vocales y grafémicos que acompañan a las palabras, no siempre satisfechos.